Datos personales

Mi foto
Pluma Joven A.C. es una organización juvenil que promueve la lectura y escritura como un medio para el desarrollo de una mejor sociedad. Somos un equipo de trabajo siempre abierto a recibir nuevos miembros en un ambiente de compañerismo y diálogo, así como un conjunto de espacios para la libre expresión, crítica y retroalimentación para cualquier individuo con inquietudes literarias, construidos de jóvenes para jóvenes.

miércoles, 20 de julio de 2011

La encantadora de suegras (cap. VI)

Parte VI: Nuevas Amistades, no sin antes nuevas misiones

Sábado, dos con cuarenta y siete minutos, por fin recibí una señal de Sofía. Contesté mi teléfono lo más rápido posible.

-Vic-to-ria, siento mucho mi demora. ¿Dije que pasaría por ti al mediodía? Sí, eso te dije pero lo siento mucho. Me surgieron ciertos problemitas que te podré explicar más adelante. No tardo en llegar a tu casa, querida. Adiós…

Sin darme siquiera tiempo para responderle, me colgó elegantemente. Esa Sofía en ocasiones me resultaba un tanto odiosa, pero en fin, por alguna razón muy pronto se convertiría en la esposa de Armando; algo de bondad y dulzura debía guardar en el fondo de su corazón. De eso mismo fue de lo que logré convencer a la señora Lucía la noche anterior.

¡Vaya festejo del que disfrutaron mis viejos! Después de tranquilizar a la madre de Armando con una moderada sesión de mi “tratamiento” (que a pesar de haber sido el primero que llevé a cabo, funcionó exitosamente), la reunión continuó por un buen rato y con gran regocijo. Papá y mi padrino acabaron con todas las botellas que hasta hace poco robaban todo el espacio de la alacena. El señor Reyes tuvo un poco más de compostura puesto que se haría responsable de manejar de vuelta a casa, aunque eso no le impidió participar en el júbilo, al igual que mamá y el resto de las señoras. Habían pasado años desde que no los veía así de felices; fue muy divertido. ¿Quién dijo que los más grandes ya no sabían divertirse?

Mientras esperaba a Sofía, yo recogía los últimos restos de botana y migajas de pastel de la alfombra (no nos dio oportunidad de limpiar completamente después de las tres de la madrugada). Puesto que no llegó a la hora estimada, después me dediqué a echarle un vistazo a los álbumes de fotos que mi madrina trajo consigo la noche anterior. En uno de ellos aparecían muchas fotos mías, aproximadamente de cuando tenía diez; eventos como mi primera comunión, mi fiesta de cumpleaños y por supuesto, mi primera presentación de ballet. Al observar mi propio rostro impreso repetitivas veces, me di cuenta que desde aquél entonces suelo no sonreír para las fotos.

Había otro álbum donde aparecíamos casi todos los chicos de la vecindad. Estaba Mayela, una niña muy pesimista que se mudó hace diez años a Canadá, y nunca me cayó muy bien. Pepe, Tito y Carlos, que siempre molestaban a las niñas pero al fin de cuentas no se negaban a aceptarlas dentro de su equipo con tal de completarse para una cascarita (pero yo nunca jugué fútbol con ellos). En otra foto aparecíamos Marcelita y yo, abrazándonos y probando del mismo cono de nieve; a pesar de ser diecisiete meses menor que yo fuimos buenas amigas en su momento, aunque sólo duró tres años viviendo en aquella casa. Al cumplir ella los once, se cambió a una colonia más distinguida, no recuerdo bien a cuál.

Se hinchó mi corazón del gusto cuando al dar la vuelta a una página me encontré con las fotos de Armando. El y yo, recargados el uno al otro, en varias posiciones amistosas. También había fotos de “toma sorpresa”, cuando mamá se ponía a jugar con la cámara y nos capturaba viendo una película, corriendo por la banqueta o simplemente platicando bajo el árbol de enfrente. Creo, sin exagerar, que aquellas fueron las únicas reveladas en aquél rollo donde he llegado a parecer sonriendo.

En eso escuché llegar un auto con música a un volumen elevado. Tomé mi bolsó y el recipiente de “botana ligera” de la mesa, fui a asomarme por la ventana del recibidor, y abrí la puerta.

-¡Vic-to-ria! Qué bien que te asomes, odio tener que sonar la bocina. Sube adelante.

Me despedí de mis padres en voz alta desde la entrada, y troté en dirección al ostentoso convertible en el que Sofía me esperaba. Quizá no hubiera sido necesario, pero abrí la puerta para subirme. No quise “perder el estilo” al intentar treparme al coche sin abrirlo. Sofía se puso en marcha de nuevo, conducía como una diva.

-Lo lamento mucho.-Sofía se disculpo con dudosa pena, resaltando el grosor de sus rojos labios al remarcar cada sílaba.

-No te preocupes, al menos te reportaste antes de llegar…

-Quiero agradecerte una cosa,-me interrumpió sin ponerle atención a lo que yo decía.-hoy vi a mi madre. Quiero decir, a mi señora Lucía, y como por arte de magia… se encantó de verme.-volteó a verme al mencionar lo último, dejando claro que estaba consciente de que yo había intervenido en ello.

-Eso es sensacional, de hecho…

-Y es por eso que deseo que me lo cuentes  todo. Dime tu secreto, ¿qué fue lo que hiciste?-hizo una graciosa exageración en su tono de voz como si se estuviera dirigiendo a una conocedora.

-Simplemente hablamos. Provoqué que desahogara todos sus remordimientos…

-¡Tú lo provocaste!-exclamó como si mi obra hubiera sido maravillosa. No supe si sentirme alagada o culpable.

-Eso creo…

-Continúa, dime más, dímelo todo…

-Le explique que, bueno, que toda mujer tiene la facultad de cometer errores de vez en cuando. Pero que todas merecemos la oportunidad de cambiar. Además, la imagen externa, o la imagen de nuestro pasado no es precisamente lo que define el interior de nuestro corazón, y…

-En pocas palabras, le dejaste claro que soy una buena persona y excelente decisión para su hijo.-Sofía parecía escucharme con cierta atención a mis palabras, pero sin darle valor a su mensaje. Lo que le importó fue que logré persuadir (o engañar) a la señora Lucía, no precisamente la forma en que lo hice.

-Prácticamente, eso fue lo que hice.

-¡¿Cómo lo haces?!-Sofía exclamó, incluso levantó los volantes de lo entusiasmada.

“Ya te lo dije, explicándoselo todo. Diciéndole la verdad.”, pensé. En realidad permanecí callada.

Después de unos diez  minutos de recorrido, llegamos a una privada no precisamente más lujosa que la mía. En efecto, se trataba de un área descuidada y de poca confianza. Muy extensa, eso sí era cierto; algunas casas se veían más atendidas que el resto. Caí en cuenta de que ahí mismo fue donde los padres de Armando se mudaron hacía años, y que ya había pasado por ahí antes para visitar a la señora Lucía. No pasamos por la misma calle, pero a lo lejos logré distinguir el fabuloso Charger del 70’. Del lado opuesto de la cuadra, se encontraba el hogar de Sofía; una vivienda muy indigente a relación con el auto que se cargaba la aludida. Nos estacionamos justo enfrente, al lado de la banqueta.

-Siéntete en tu casa, querida Vic-to-ria. Antes de entrar, ¿te importaría ayudarme a bajar ciertas cosas? Están en la parte de atrás.-no me molestó mucho hacerlo; eran sólo los centros de mesa entre otros accesorios para la boda.

Dejamos todo en un cuarto del nivel inferior casa;  por dentro no se veía tan apretada como lo parecía en el exterior, pero aún así resultaba ser un hogar muy humilde.

-Mi madre está ocupada en su oficio…-nunca especificó cual.-creo que estaremos aquí solas por un tiempo, en lo que se aparecen aquellas sin vergüenzas. ¡Oh! No te lo mencioné, unas amigas estarán aquí pronto. También serán damas de honor.

Había olvidado el motivo exacto por el que me encontraba en su casa. Sofía se dirigió a la cocina y la seguí.

-Dado que el asunto de mi señora ya se encuentra resuelto-habló mientras tomaba de una de las alacenas una botella que no logré identificar.-supongo que tendremos tiempo para discutir otros asuntos. ¿Gustas? Blanc de Zinfandel

¡Por supuesto! Eso era, una de las bebidas favoritas de papá. Mi dieta permitía una bebida alcohólica diaria, y aunque mi cuerpo no estuviera acostumbrado al alcohol, accedí a probar un poco; me dejé llevar por la oferta de Sofía. Llenó mi copa casi hasta el tope, un poco menos que a la suya. Imité su manera de sorber para no verme como una extraña, misma que me resultó elegante, seductora.

Cerró los ojos y olfateó el aroma del alcohol, empinándose la copa hacia la boca con viveza. En cambio, yo mantuve mi mirada abierta y puesta sobre ella. Me puse a inspeccionar su atuendo; algo llamativo, aunque sencillo, pero atrevido. ¿Quién utiliza vestido rojo hasta encima de las rodillas y tirantes recostados sobre los hombros en un sábado casual para reunirse con sus amigas?

Traté de recordar lo que ella vestía la noche anterior. De haber sido por mi admiración al reencontrarme con Armando, lo hubiera captado a detalle. Sólo recuerdo un largo saco de tono oscuro que la cubría casi hasta los tobillos, que si no me equivocaba se mantuvo puesto todo el tiempo, y zapatos planos de color gris neutro.

-Entonces…-comenzó a hablar después de limpiarse sutilmente la boca con el frote de su brazo.- ¿tú y Armando eran buenos amigos?

-Sí, a tal grado de considerarme como madrina de bodas.-sonreí simpáticamente; me agradaba mucho recordar esa idea.

-A tal grado de considerarte como madrina de bodas.-repitió Sofía en voz baja, mientras se retiraba de la cocina hacia la “sala” o como sea que le llamara al espacio donde yacía un triste sofá descuidado, en  cuyo centro se sentó y mantuvo la mirada perdida hacia el suelo.

-Yo tuve un amigo también. Se llamaba Tobías.-levantó su vista hacia mí.- Murió. Lo mataron.-ella soltó una risilla tosca, yo me impacté por su declaración.

-Lo siento mucho…

-No lo hagas, se lo buscó.-tomó otro sorbo de vino. Me sentí algo incomoda, no me imaginé cómo podría continuar mi estancia en ese lugar, sobre todo después de conocer a las amigas de Sofía.

Por suerte, los próximos veinticinco minutos los dedicamos a discutir sobre el pastel. Ella introdujo el tema de conversación, al mencionar que le encantaría cambiar de sabor en honor a su ahora estimada suegra. ¿Choco-banana le resultaba una opción más viable? Era notable que aún no conocía perfectamente los gustos de la señora Lucía, pero la intención es siempre lo que importa, supongo.

Después de un rato, se oyó un automóvil estacionarse muy cerca. Sofía pudo reconocerlo rápidamente.

-Llegaron esas mocosuelas.-se levantó con maña para hacerlas pasar a la casa.

-¡Sophie! ¡Te sirvieron las pastillas!-saludó de besó la primera, una güera igual de auténtica que Clarisa, aunque mucho más delgada de lo aceptable. Su fleco le cubría completamente los ojos tal cual su chillante voz toda pequeña muestra de inteligencia.

-No te creas, tuve que tomar muchos otros remedios… pero mira el resultado.

-Tienes razón… ya no se te ve la cara de cruda.-nunca había escuchado una carcajada tan aguda como la que esa chica emitió entonces. Sofía le dio un manotazo en el hombro, respondiendo a su broma.

Después llegó una chica de piel muy oscura, seguramente bronceada artificialmente, de cabello negro tan largo como sus piernas. Su encuentro no fue menos chusco que con el de la chica anterior.

-Vic-to-ria, esta princesa se llama Cecy. Y a esta otra la conocemos como…

-Natasha.-la mujer del bronceado me otorgó su mano y yo le respondí el saludo.

-Mucho gusto.

-¿Ella es la de Armando?-preguntó Cecilia incrédulamente. No entendí qué clase de persona habría estado esperando ella.

-Así es. Victoria fue amiga de Armando en la infancia, una amiga muy especial.-las dos chicas gimieron de ternura de una manera menos falsa a como lo hubiera estimado.

Sofía nos invitó pasar al “comedor”, una mesa rectangular con seis sillas sencillas y un mantel corto tradicional, que no tenía separación de la sala ni por una sola pared. Cecilia llevaba consigo un de catálogo de telas, una especie de cuaderno con trozos de éstas pegados en cada una de sus gruesas hojas. Los había de todo tipo, todas ellas de los mismos tonos azulados del pastel del que yo me haría cargo. Al parecer el objetivo de esa reunión sería el de elegir el diseño definitivo de nuestros (aún me extraña incluirme en el “nosotras”) vestidos para madrina.

-¿Les ofrezco algo de beber?

-No por ahora, Sophie. Siéntate con nosotras de una vez, estamos emocionadas por enseñarte algo.  Tenemos una idea, queremos saber si les gusta.-creo que Natasha se refería a conocer  también mi opinión, me agradó que la considerara.

Cecilia nos enseñó a Sofía y a mí un recorte de revista, una imagen para ser exacta. Pude reconocer a la modelo de la foto, era Giovanna Basterea, la actriz que hacía de Bárbara en mi telenovela favorita, desfilando en la alfombra roja de los premios TV y Estrellas del año pasado. Llevaba puesto un vestido muy lindo, con dobleces y detalles coquetos de mi agrado. Sin embargo, era notable que quedaba muy ajustado a la figura, algo escotado, y muy por encima de las rodillas. Se le veía perfecto, por supuesto. Aunque nunca me hubiera imaginado a mí misma utilizando eso.

-Está  precioso. ¿Verdad?-no estuve segura de qué contestar.

-Sí que lo está. Pero no creo verme bien dentro de uno de esos vestidos.-respondí en un tono de desaprobación, o más bien, de incertidumbre.

-Por supuesto que lo harás, anímate.-Cecilia trató de convencerme.-Tenemos dos meses para adelgazar lo que haga falta.

Por alguna razón había decidido salir a correr todos los días, regular mi alimentación, y cambiar mi actitud por completo. Tomé de nuevo el recorte donde aparecía Bárbara, la observé perfectamente segura de sí misma y resplandeciente. Siempre había soñado ser como ella… ¿por qué no empezar desde entonces?

-Estás en lo cierto, me agrada el diseño. Lo quiero.-me decidí inmediatamente.

-¡Perfecto! Creo que todas nosotras lo amamos, nos veremos espectaculares.

-No tanto como yo, Natasha…

-Eso sí es cierto, la novia es la novia. ¡Tu vestido está de poca! ¿Armando ya lo vio?

-Tuvo que hacerlo, el viernes tuvimos sesión de fotos. Después nos fuimos al antro, en la noche…

-¿Con tu vestido puesto?

-Cetácea, claro que no. Obviamente se cambió de ropa.- Natasha se dirigió a Cecy con un término zoológico que me obligó a contener mi risa. No me atreví a preguntar ni a comentar nada al respecto en ese instante.

-¡Oh! Eso explica todo…

-¿Qué tal les fue, Sofía?- tuve curiosidad de saber sobre su velada de Armando, misma que explicó la inquietud de Sofía por abandonar la reunión de anoche.

-Excelente, ya sabes. Mi Armando es un amor… no lo cambiaría por nada en el mundo.-comentó pasionalmente mientras inspeccionaba los distintos estilos de tela del catálogo.

-Todo tiene su defecto, ¿a poco no? Y ahora que lo menciono, ¿cómo te ha ido con doña Lucha últimamente?- Natasha fue quien abrió el tema de conversación con respecto a la señora Lucía. Me molestó, por supuesto, la manera en que lo hizo.

Sofía se emocionó por comentar lo sucedido; cerró de golpe el catálogo y esta vez fue mi turno de echarle una ojeada.

-¡No se imaginan! ¡Me adora!

-¿Pero cómo es eso posible?

-No tengo idea. Pasé en la mañana a su casa para saber cómo había amanecido mi Armando, y sin quererlo ella fue quien me recibió. ¡Lo hizo de muy buena gana! Me invitó a pasar, me ofreció desayuno, preguntó por mi madre y por ustedes… como si me quisiera de verdad…

-Algo debiste haberle hecho, ¿estaba borracha?-sugirió la cetácea.

-Para nada, a comparación de su marido. Él si andaba pasado, anoche tuvo fiesta. ¡Quién lo viera!

-Entonces, ¿qué le pudo haber sucedido a esa doña?

-Fácil, muy fácil. Aquí la cuestión no se trata de algo, sino de alguien.-Sofía posó su penetrante mirada sobre mí; odio ser el centro de atención.- Nuestra amiga Vic-to-ria es una salvadora, una bendición del cielo. Ella misma logró fascinar a la cascarrabias de doña Lucha para convertirla en mi muy apreciable y consentidora suegra. ¿Acaso no es eso un milagro?

-¿Fuiste tú quien la hizo cambiar así de rápido?-se admiró Cecilia.- ¿Qué es lo que hiciste? ¿La hipnotizaste?

-Obviamente no, Cecilia. El hipnotismo es un mito.- Natasha de seguro fascinaba pasar tiempo junto a Cecy para hacerse más inteligente.

-En realidad solamente hablé con ella.- no mencioné a detalle sobre la conversación que tuve con la señora Lucía, puesto que al tratase de un tema de valores y sentimientos supuse que las mujeres allí presentes no le otorgarían la importancia debida.

-Lo que ocurre es que Victoria es toda una cazadora de ancianas. Sabe cómo llegarle a cualquier de la tercera edad; se nota lo muy por delante que esta mujer se encuentra en cuanto a madurez.- ¿acababa de decirme anciana?- ¿Me equivoco o no, amiguita, al imaginar que tú de chica fuiste siempre la consentida de la clase de tu profesora? De seguro también preferías quedarte a charlar con las señoras adultas en vez de salir a jugar a la pelota con los chicos de tu edad en las reuniones de tus padres…

-Pues, no tiene nada de malo pasar tiempo con las personas mayores. Ellas conocen más de lo que nosotros hemos vivido, y saben bien cómo aconsejarnos. -respondí tímidamente, aunque en el fondo me di cuenta de lo patético que sería admitir que todo lo que Sofía había dicho era cierto. Soy toda una niña de mami.

-Yo nunca dije lo contrario…-volví a sospechar de aquél tono sarcástico de Sofía.

-Te admiro mucho. Yo jamás he podido hablar como una persona madura.-me confesó Cecilia doloridamente.- Tú sabes escuchar a los otros, por eso no has de cometer tantos errores, al contrario de una persona como yo que siempre actúa sin siquiera pensar en las consecuencias. ¡Tan sólo mírame! Soy una cetácea.

-Pero, cetáceo se refiere a una categoría de mamíferos marinos. Las ballenas son en realidad especies muy inteligentes.- mi intención no fue exactamente reconfortarla, pero no pude permitirle a la pobre mantener su ignorancia al respecto.

-¿Lo ves? ¿Cómo es que lo sabes todo? ¡Eres una genio!

Sofía no dejaba de analizarme con detenimiento. Me sentí presionada por su mirada, bajo la preocupación de haberme dejado a mí misma en ridículo mediante a mis comentarios. Decidí no volver a opinar para nada, dejar de razonar como la inocente y pura de Victoria. Quería comenzar a tener una vida idéntica la de mi idolatrada Bárbara, o quizá una parecida a la de Sofía.

-Yo también tengo problemas con mi suegra; no le agrada mi oficio.- ¿Natasha era casada?- Piensa que no será suficiente con mi salario y el de mi esposo para “sostener” nuestro hogar.

-¿Y a qué se dedican?

-Él trabaja de mecánico, yo soy estilista. Tenemos dos niños de tres años, nacieron gemelos. Creo que eso lo explica todo.-para complementar lo que dijo, me mostró el insinuado anillo de compromiso en su mano izquierda.- Ella es insoportable, me trata de la patada. Aprovecha cada oportunidad para quedarse todo el tiempo posible con los niños, los consiente a lo loco, trata de ganarse su cariño y de que me vean a mí como una enemiga. Siempre critica mis esfuerzos, y admito que no soy una madre perfecta, que es cierto que en ocasiones me comporto irresponsablemente, ¿pero qué se puede hacer? ¡Ya lo he intentado todo!

Ahí estaba yo, compartiendo la misma mesa con una nuera exageradamente bronceada así como desesperada, y una pobre muchacha desdichadamente inconforme con su intelecto . Juntas conformábamos a las tres madrinas dispuestas a brindarle honor a los dichosa pareja de Armando, mi mejor amigo, y mi recién conocida Sofía, una mujer de admirarse por su esplendorosa, a la vez voluptuosa, imagen.

-Ya oíste, Vic-to-ria. ¿Crees que podrías hacer algo al respecto? ¿Podrías convencer a una señora desconocida de dejar en paz a su nuera?- Sofía clavó de nuevo sus oscuros ojos sobre mí, alzando una ceja, ¿retándome acaso?

-Eso sería maravilloso…-a Natasha le pareció una idea excelente.- Sé que tú podrías hacerlo…

-Te ganarías toda nuestra confianza si lo hicieras, quedaríamos ambas completamente en deuda contigo.-continuó Sofía. Después hubo una pausa de silencio que me permitió reflexionar al respecto. ¿Podría ser aquella la oportunidad perfecta para hacerme nuevas amistades, convertirme en una aventurera de noche tal como Sofía y sus colegas parecían serlo?

-Comprendo tu remordimiento, Natasha. No creo tener ningún inconveniente con conocer a tu suegra y, digamos, persuadirla a fondo a beneficio tuyo. Creo saber cuáles son los motivos por los que te trata de esa manera.

Toda era muy sencillo; aquella señora quería asegurar que sus nietos recibieran la educación y la atención requerida, pensando que solamente ella misma sería capaz de otorgárselas. Algo tan sencillo como aconsejarle a Natasha que inscribiera a sus pequeños en una guardería y procurara pasar el menor tiempo posible en casa no solucionaría de raíz su problema, solamente evadiría las molestias directas. De todas formas, mi intención personal fue la de entablar con ella dicha “confianza” que Sofía había mencionado.

-¿En serio harías eso por mí?

-Por supuesto.-esta vez fui yo la de la mirada penetrante. Fijé mi vista directamente en la de Sofía, declarando que había aceptado su reto definitivamente. Ambos sonreímos con picardía; me deleitó sentir aquella conmoción de formar parte de su mismo juego.

La anfitriona de la casa se dirigió a la cocina por cuatro copas y dos botellas casi completas de vodka y de tequila. Pensé en acompañarla para también traer a la mesa la botana ligera que preparé en la mañana, pero no hizo falta. Cecilia había llevado cacahuates y frutas secas, Natasha un par barajas. Eso me pareció excelente; desde chica he tenido talento para manejar las cartas y por fin mi don haría resultados haciéndome quedar bien con mis nuevas amigas.

Disfrutamos de aquella tarde como nunca lo había yo hecho; me sentí renovada, querida y segura de mí misma. Con sólo decir que incluso me olvidé de mi tedioso pasado, olvidé a Rodrigo, olvidé a Clarisa, olvidé mi desilusión con Armando; incluso olvidé mis logros, mi ascenso, mi reconocimiento en el comité de Mujeres Emprendedoras… nada se comparaba a formar parte del grupo de las Intrépidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario