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miércoles, 20 de julio de 2011

La encantadora de suegras (cap. III)

Parte III: Alguien me necesita (sorprendentemente)

Cuando llegué a casa aquella noche del miércoles, mamá se encontraba viendo la novela, como lo hace diariamente. Estaba a punto de terminar el capítulo de hoy, otro más que volví a perderme; sólo alcancé a ver a Bárbara amenazando a su amante con una pistola: “Si le cuentas a quien sea sobre lo nuestro, te juro que amaneces muerto.” ¡Qué bárbaro! Lástima que no me sentía muy entusiasmada como para emocionarme por saber lo que sucedería después.

-¿Qué te pasa, Vicky? ¿No te alegraste de haber visto a los Reyes de nuevo?

-Sólo vi a la señora Lucía, ni Armando ni el señor se encontraban en casa.

Me senté junto a mi madre en el sillón de la sala, con la mirada perdida en la televisión leyendo los créditos finales. “Ella es toda una bárbara, ella es toda una pícara, tan complicado enamorarla pero fácil de atrapar”, el tema oficial.

-¿Tú ya sabías que me querían de dama de honor?

-Sí pero quería que fuera una sorpresa, que Armando te lo pidiera en presencia.

La señora Lucía había pasado el martes entregarnos la invitación, mientras yo me encontraba en el parque.

-No quise desilusionarte ayer, te vi tan contenta. Pero entiende que ya pasó mucho tiempo desde que no se veían…

-Ya lo sé.-suspiré. Mamá me abrazó. En eso salió papá de su habitación, despertó de su siesta de todos los días. Se acercó a nosotras, y también me consoló.

El jueves amanecí con el mismo entusiasmo de siempre. Mi corazón se había roto dos veces diferentes en menos de cinco días, pero no era para tanto. Ningún suceso novedoso para mí. Seguí adelante con mis actividades diarias y además con mis responsabilidades extras, ahora que me encontraba a cargo. Lo único particular de ese día fue que mantuve mi recién adoptado régimen alimenticio bajo en carbohidratos y volví al parque para convertir mi hora al día de caminata en un hábito.
Estaba a punto de terminar la sexta vuelta, cuando la misma persona de las veces anteriores se topó frente a frente a mí otra vez.

-¡Victoria, buenas tardes!

Era ella, Sofía; la chica atlética y en perfecta condición se apresuraba hacia mí. De tan sólo verla, recordé que tenía motivos para sentirme deprimida. Desde que la vi por primera vez noté que era muy guapa, pero hasta ahora su belleza me había calado, interna y externamente. Traté de fingir mi angustia.

-Hola, Sofía. ¿Te enteraste de la casualidad?

-Sí, mi comprometido me lo comentó esta mañana.

-¿Armando?

-Sí, él mismo. También mencionó que ustedes eran súper buenos amigos, ¿verdad? Hasta te consideraban
parte de la familia.

-Sí, eso pasó hace muchos años.

-Y doña Lucha te trata súper bien, ¿verdad? Sí, doña Lucha, mi suegra.

-Pues, por supuesto. No veo el porqué no habría de hacerlo, es una persona muy amigable.

Sofía soltó una risa demasiado sarcástica. No la había conocido del todo bien, pero hasta ahora no me había agradado en lo absoluto. Era más que obvio que respeta ni consideraba a la señora Lucía y por ello no lograban vivir en armonía juntas.

-Qué bueno que te he conocido, Vicky. Eres la persona perfecta para ayudarme con mis problemas.

-Por favor, llámame Victoria. ¿Qué clase de problemas?

-Verás… Vic-to-ria.-mencionó mi nombre haciendo énfasis sílaba por sílaba.- al parecer doña Lucha y yo no
nos hemos “acoplado” la una a la otra. No tengo idea de cuál sea su problema. Estoy desesperada, no me permite vivir a gusto con mi Armando, siempre queriendo que las cosas se hagan como ella las dice.

No entiendo cómo, teniendo puestos los lentes de sol y una visera, Sofía seguía cubriéndose del sol con una de sus manos. De seguro tardó más de quince minutos en hacerse esa trenza perfecta, que acaparaba toda su cabellera. Noté que a pesar de haber venido a ejercitarse estaba maquillada, los ojos y labios ligeramente delineados. Delgada, pero no demasiado, tampoco tan robusta, lo suficiente como para que los maravillosos brazos de Armando la estrecharan con comodidad. Supongo que la elección de mi querido amigo no fue tan mala en ese sentido. Ella era toda una Bárbara. Aunque sospecho que él la deseaba, no la amaba, ¿a quién le importaba eso? Ya lo tenía, estaban a punto de casarse. El resto de sus vidas ella utilizaría sus encantos para hechizarlo, hipnotizarlo, y jamás dejarlo ir.

-¿Quieres que te ayude a complacerla?

-Exacto, eso quiero. Bueno, no exactamente.

-Sí, ya entiendo todo.

-¿Por qué no me acompañas a cenar, para charlar al respecto? No te preocupes, conozco un lugar súper orgánico, algo ligero para no recuperar las calorías que acabamos de perder.

Accedí a su propuesta por tres razones. La primera: me interesó mucho conocer aquél “restaurante orgánico” por el asunto de la dieta; la segunda: aunque me partiera el alma, estaba dispuesta a hacer lo mejor por la felicidad de Armando; la tercera: yo también tenía ciertos asuntos en los que me encantaría recibir el apoyo de la intrépida Bárbara, quiero decir, Sofía.

Ordené primero que Sofía, una indiscreta ensalada de nueces y un licuado de papaya con miel de abeja. Ella tan sólo pidió té y una galleta de avena, y me recordó que no sólo por ser orgánica la comida debía de ser ligera.

-Toda mi vida he tenido el mismo problema, con cada una de mis parejas. Incluso con la madre de mi chambelán, en mis quince años, nunca me regaló su confianza.

-¿Pero a qué te refieres con su confianza? ¿Qué es lo que ella te hacía?

-Nada en específico, no son acciones sino sensaciones. Su mirada frívola, casi nunca me sonreía, como si fuera capaz de hacerle algún daño a su hijo. Robármelo, arrebatárselo de su vida. Me observaba como si yo fuera una mala mujer, y no sé cómo hacerle entender que estaría dispuesta a hacerlo todo por mi Armando.

Todo lo necesario para que tanto él como yo podamos seguir viviendo juntos, en bienestar.
Bárbara la de la novela, en efecto, era una mujer perversa que enamoraba y posteriormente despedazaba los corazones de cuantos hombres se cruzaban por su camino. Por un pequeño lapso de tiempo, al percatarme de los detalles de su esplendorosa imagen, llegué a pensar que Sofía también lo era. Sin embargo, después de escuchar sus testimonios, pensé que después de todo parecía una chica inocente incapaz de lastimar los sentimientos de Armando. Si tal fuera el caso, adelante con Sofía, pudiera quedarse con mi mejor amigo. Pero primero necesitaba asegurarme de que en verdad lo amaba, con amor de verdad.

-¿No has pensado en que tal vez el problema no sea la forma en que tratas a tu suegra, ni tu suegra misma, sino tú? Quiero decir, tal vez la madre de tu pareja no se sienta del todo en confianza contigo porque, técnicamente, no eres una persona de fiar.

-¿Técnicamente? ¿Te refieres a que si sería capaz de engañar o traicionar a mi esposo?

-No es mi intención ofenderte, si es que lo he hecho.

-Entiendo, Vic-to-ria. Sé lo que piensas, mi imagen es demasiado desconfiable. No puedo negar la cruz de mi parroquia, ¿verdad? Es notable que me apasionan los hombres, las fiestas, la bebida, el humo… lo siento muchísimo. Pero a partir de ahora todo cambia, ¿estamos de acuerdo? ¿Puedes comprenderme, lo mucho que me he enamorado? ¿Sí? ¿En serio te molesta que te diga Vicky? Victoria me parece un nombre demasiado largo…

Sofía trató de desviar la conversación llevándose un enorme trozo de galleta a la boca para “disimularlo”. Al parecer, la futura nuera de mi estimada señora Lucía había tenido una vida muy al estilo de la intrépida Bárbara después de todo. Soltó la sopa ella misma; nerviosa y apresuradamente me confesó sus manías, sin que yo hiciera esfuerzo mínimo al respecto.

-Son solamente tres sílabas, no creo que te cueste tanto trabajo pronunciarlas cada vez que te dirijas a mí. Ahora sin salirnos del tema, quiero recordarte que es por ello por lo que nos encontramos aquí reunidas, para platicar de tus relaciones futuras con la familia Reyes. ¿Quieres que te asesore para conquistar a tu suegra? Entonces será necesario que me cuentes de tus antecedentes…

Me sentí poderosa; Victoria Guzmán, la chica sin experiencia, estaba a punto de exponerle un repertorio de sermones a una veterana (      porque era más que obvio que Sofía había tenido ya suficientes aventuras), y con suerte, mi aprendiz del arte de encantamiento de suegras se convertiría en mi maestra del arte de la seducción. Sofía tomó un cigarro de su bolsa y lo encendió con elegancia una vez puesto en su boca, orillando en la mesa los restos de su bocadillo. Su rostro se veía sobrio, no por ello menos atractivo, muestra de que había comprendido mis palabras y estaría dispuesta a contarme la verdad de la verdad.

-Dime, ¿serías capaz de engañar a Armando con alguien más?

-No, en lo absoluto. He conocido a miles de hombres, te aseguro que a miles de ellos, y ninguno jamás me había tratado tal como él lo ha hecho. Es un caballero y más que eso, es un príncipe. Es el chico de mis sueños…

Sofía dejó caer una lágrima de su ojo izquierdo, y me llamó la atención que su rímel no se hubiera corrido. ¿Dónde habrá conseguido esa marca?

-Créeme, Vic-to-ria. Eres una mujer joven así que debes de comprenderlo, ¿sí o no que una puede subir y bajar, entrar y salir, pasear por cada calle de cada ciudad en busca de una sola cosa, lo que nosotras más anhelamos en la vida, y confundirnos infinitas veces, caer  y levantarnos de nuevo sucesivas veces hasta el final encontrar al amor de nuestra vida?
La comprendía, por supuesto.

-Entonces tú también te has confundido infinitas veces, has tenido bastantes relaciones, y en ninguna encontraste la satisfacción que necesitabas.

-Satisfacción, no precisamente. Estamos hablando de amor, ¿no es eso? Me enamoré, Vic-to-ria. Así de simple, así de especial. Por primera vez en mi vida he sido amada, y así quiero permanecer el resto de mi vida.

-Correcto, haces bien.

-Juro que no volveré a caer en vicio alguno, lo juro por mi Armando y por las pocas personas que aún siguen confiando en mí. ¿Tú confías en mí, verdad?
Tuve que decirle que “por supuesto”.

-¿Qué es lo que la señora Lucía ha percatado de ti? ¿Te ha hecho alguna seña específica por la que te sientes incómoda?

-El asunto de la boda en general.-Sofía secó las lágrimas de su rostro con una servilleta en la mano disponible.-No nos hemos podido poner de acuerdo con respecto a los preparativos, el asunto del pastel como te habrás dado cuenta, y tampoco está de acuerdo con nos casemos en la playa.

-Eso es muy extraño, porque la señora Lucía adora el mar.

-Es todo por llevarme la contraria, te lo juro.

-¿Cómo te comportas delante de ella, qué comentarios has hecho?

-Ya había escuchado de mí desde hace tiempo. Vivimos en la misma colonia, ya sabrás. Armando me conoció desde que volvió de estudiar, y ella asegura que no tiene idea de lo que sería capaz de hacerle. Yo cambié mi actitud en cuento él y yo nos conocimos, pero doña Lucha no lo entiende.

-En primer lugar, no te refieras a ella como doña Lucha, es la señora Lucía.

-No la llamo así en su presencia. Le digo “mami”, intento que se adapte a mí y que se convenza de que yo debería ser como una hija para ella.

-Grave error, es demasiado pronto para eso. La estás sofocando, estás dejando claro que vienes a invadir su espacio sin su consentimiento. La próxima vez refiérete a ella como la señora Lucía. ¿Crees que la hayas sofocado de esa misma manera en otros aspectos?

Le pregunté si acaso utilizaba mucho el término “mi Armando” en presencia de ella, un término que incluso a mí me erizaba.

-Estás posesionándote de su hijo muy querido. Pareciera que tus intenciones son las de aprovecharte de él a tu antojo, como si a ti te perteneciera. ¿Me explico?

-Sí, creo que tan sólo voy a llamarlo como Armando cuando ella pueda escucharme.

-No te he visto vestida, quiero decir, a parte de tu ropa de ejercicio. ¿Cómo te vistes, cómo te arreglas cuando ella te ve?

-Muy presentable, claro. A la moda y sofisticada.

-¿No exageras con tu sofisticación? ¿Escotes, ropa demasiado apretada, maquillaje, demasiados accesorios…?

-Es que no puedo verme tan fachosa, jno soporto eso! Puedes notar cómo necesito maquillarme incluso para hacer ejercicio, y la ropa suelta me hace sentir gorda…

-Lo sé pero la imagen que le transmites a la señora Lucía…
Sofía le echó un vistazo al reloj de su celular, como si tratara de evadir la conversación.

-¡Uy, pero si ya son las siete! ¿Por qué no mejor nos vemos otro día, en mi casa? Mañana no puedo, tengo sesión de fotos con mi Armando. ¿Podrás el sábado?

-Sí, claro.

-Perfecto, me tengo que ir, lamento dejarte de esta manera pero tengo un compromiso. Debo llegar a las ocho al salón y necesito arreglarme. Lo siento tanto…

-No hay problema.-Sofía dejó un billete sobre la mesa y se fue inmediatamente sin decir nada más.

-¡Sofía, te sobrará mucho dinero!

-Déjalo así, yo te invito. Lo demás es propina.-me contestó volteando hacia a mí, sin dejar de caminar apresuradamente.

Terminé lo poco que me quedaba de ensalada sin compañía. Ahora que lo pienso, no tuve que habérmela acabado toda, qué culpa. Utilicé el billete de Sofía para pagar la cuenta completa; sé que algún día yo le devolveré el favor.

Bárbara apenas se encontraba a la mitad del capítulo cuando llegué a la casa. Tanto y mamá como papá estaban sentados en la sala, cenando un trozo de pastel.

-Papá, ¿y eso que te ha dado por levantarte a estas horas?
Mi padre no contestó, sólo volteó su tierna (yo opino que lo es) mirada de alegría hacia mí. Creo que ambos estábamos felices de que estuviera despierto; eso significaba que ya se sentía mucho mejor.

-Lo que pasa es que tu padre ya tiene más oportunidad para descansar, ¿verdad Santiago?

-Y para estar con ustedes.-el rostro de papá parecía muy anciano a comparación del de mamá, y lo mismo con su voz.

-Qué bien por ti, papi. ¿Disfrutando la novela?

-Bárbara se irá a la cárcel. Hallaron muerto al amante y todos piensan que fue ella.

-¿Entonces quien fue?

-Su marido. ¿Crees que él se preocupara por defenderla y sacarla del bote? Por supuesto que no. Los descubrió, ella se lo merece.

-Pero yo no entiendo cómo había dado cuenta antes su esposo…

-Porque ella es Bárbara, papi. Es intrépida.-sonreí al escuchar el comentario de mi padre, curioso por comprender la historia de la telenovela.

Me serví también una rebanada de pastel; definitivamente aquél fue el día del no seguir la dieta al pie de la letra y cometer equivocaciones.

Entonces el sábado me reencontraría con Sofía en su casa. Lo bueno que contaba con su número de celular para preguntarle su domicilio, la hora, y todo lo demás. Pensé en preparar una botana “saludable” para no llegar con las manos vacías. Comencé a preguntarme qué es lo que debería aconsejarle exactamente.

Sabía que la señora Lucía es una persona muy observadora, con un sexto sentido capaz de identificar a las personas de confianza o desconfianza que nunca falla; tal vez Sofía en realidad no es la persona indicada para Armando después de todo. Pero no puedo impedirlo, no puedo convencerlos ni a uno ni al otro para suprimir su compromiso. Tal vez lo indicado sería yo hablar con la señora Lucía, explicarle lo mucho que Sofía estaba dispuesta a cambiar. Lo más probable es que sí estuviera dispuesta a hacerlo, digo, por un hombre como Armando ¿quién no lo haría?

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