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miércoles, 20 de julio de 2011

La encantadora de suegras (cap. II)


Parte II: El Pastel de Armando

Ese mismo día, salí un poco después del trabajo dado que tenía que repartir ciertas labores a mis compañeros (incluyendo a la testaruda de de Clarisa), pero aún así alcancé la luz del Sol para comenzar mi rutina de ejercicio, una buena caminata por el parque. La hora fue muy conveniente para mí, puesto que el tráfico no me significó mucho problema.

Traía puestos mis nuevos pants, mis tenis de correr casi sin usar;  llevaba una botella de agua, una toalla y un cronómetro. Como inicio, mi reto fue hacer cinco vueltas en menos de una hora, trotando. Usé el kiosco como punto de referencia de salida. Al principio todo iba bien, muy bien, me sentía excelente, dando un paso hacia adelante hacia una vida nueva. Quizá no una vida amorosamente activa, pero si una vida de satisfacción conmigo misma. A los dos minutos, comencé a sofocarme, demasiado rápido para mis expectativas. Llevaba menos de un cuarto de mi recorrido. Casi sentí envidia al ver a una muchacha correr como gacela en dirección contraria, con sus audífonos, sin problema alguno, a una velocidad casi el triple que la mía. Tomé aire suficiente profundamente, y continué. Pausé y repetí lo mismo varias veces.

Demoré quince minutos en dar la primera vuelta, pero lo logré. Calculé haber perdido aproximadamente ochenta y siete calorías, muy buena cantidad. La misma mujer de hace rato volvió a toparse frente a mí por tercera vez, e hizo un gesto de asombro, como si le sorprendiera lo lento que me trasladaba. Bueno, es que no todos tenemos la misma condición debido a nuestro estilo de vida. Decidí reposar unos cinco minutos antes de continuar con la siguiente vuelta. Me puse a observar al resto de las personas en el parque. No me había percatado de la cantidad de personas que también hacía ejercicio a lo largo del sendero, e incluso algunas me hicieron sentir orgullosa de mi condición. Había unas pocas familias con sus niños, los padres persiguiéndolos, cargándolos, algunos más vigilándolos desde su banca. Me encantaría ser madre.

Estaba a punto de emprender de nuevo mi caminata, cuando la mismísima chica corredora reapareció frente a mí. Nos observamos la una a la otra, ella con la misma expresión de hace rato. Me incomodé un poco por su gesto, por poco y le reclamaba algo si no fuera porque rompió el silencio haciéndome una pregunta.

-¿Tú eres Victoria Guzmán, verdad?
-Sí, ¿nos conocemos?
-Soy Sofía García, tú no me conoces, pero yo a ti sí. ¿Tú haces pasteles, verdad? Te vi en el periódico una vez.
-Bueno, no me dedico a eso, pero se podría decir. Mi mamá los hace, yo los decoro.
-Sí, exactamente, eso era.
-¿Se te ofrece alguno, tienes un evento especial?
-De hecho sí. Voy a casarme en dos meses, y pues ya sabes. Estoy en lo de los preparativos, y me encantó tu trabajo. Ya he probado sus pasteles en varias ocasiones. Me gustaría enseñarte el vestido y las decoraciones, para que te des una idea. ¿Dónde podríamos vernos?
-Aquí mismo, supongo. Planeo venir a correr todos los días.
Quedamos de vernos el martes a esa misma hora aproximadamente. La verdad, el negocio de los pasteles con mi madre era mi especialidad, mi pasión. Podría dedicarme únicamente a eso y librarme de mi tedioso trabajo de oficina, pero definitivamente no vivimos en el mundo perfecto, así que es imposible.
Volví a casa pasadas de las siete, mi mamá veía Los Amoríos de Bárbara en la sala. Me perdí de nuevo un capítulo, pero valió la pena. Logré dar mis cinco vueltas, en una hora y media, pero lo logré. Además, me había conseguido una nueva clienta.
-Nunca nos habían pedido un pastel de piña colada. ¿Qué es eso, será piña con coco?
-No lo sé, mañana le preguntaré si así lo quiere. Tampoco nos habían pedido antes un pastel de bodas, ¿verdad? Nos están poniendo a prueba, mamá.-ambas compartimos una sonrisa.
-¿Qué tal tu ejercicio?
-Excelente, buen comienzo, supongo. ¿Qué tal la novela?
-Lo mismo de siempre. Bárbara no comprende el daño que le hace a los corazones de esos pobres hombres. No se ayuda ni a ella ni a nadie.
-Pero aún así es amada, es deseada por ellos.
-Será deseada, pero amada definitivamente no. Esa mujer no tiene felicidad.

Mi madre tenía razón en cierta parte, quizá Bárbara nunca ha sido amada, pero al menos puedo asegurar que sí vive feliz. Nunca ha sufrido lo que es vivir sola y no querida, como yo lo he hecho por veintisiete años. Ella tiene suerte, o más que eso, un don que yo quisiera tener, con harta necesidad.
Al día siguiente, me encontré con Sofía como lo acordamos. En efecto, el pastel que buscaba se trataba de piña con coco, y el diseño de sus decoraciones me agradó, llevaba una combinación de cafés con azules que daban un lindo contraste. Se me ocurrió una idea ingeniosa para el pastel, y le propuse hacer uno extra de chocolate puesto que los tonos se prestaban a eso. Estuvo muy de acuerdo con todo, y me agradeció el servicio. Llegando a casa, le propuse el proyecto a mi mamá, quiero decir, mi socia en este negocio.
-Me parece excelente, Vicky. ¡Ah, por cierto! ¿Te acuerdas de Armando?
-¡Por supuesto que sí!
¡Oh! Armando, ¿cómo olvidarlo si fue nuestro vecino, y ante todo, uno de los reyes más reconocidos de mi corazón? Recuerdo cuando solíamos jugar en la calle, en la banqueta, en el parque, en su casa, en mi casa, ¡en todas partes! Una vez me declaró que era su mejor amiga, cuando teníamos once años, y sentí que flotaba, las nubes muy por debajo de mis pies; siempre por algo se empieza. Yo lo amaba, aunque no fue mi primer amor, por supuesto.

Se mudó cuando cumplió los diecisiete, a no sé qué colonia. De entonces perdimos nuestro contacto poco a poco, pero nunca lo he podido olvidar, y no sé si él se habrá olvidado de mí.
Quizá podamos revivir nuestro cariño, hacerle saber que él y yo podríamos ser la pareja perfecta. Reencontrarnos, enamorarnos, casarnos, formar nuestra familia feliz, juntos los dos.
-Su mamá llamó hoy, de milagro. Necesita un pedido y se acordó de mí. Le comenté que ahora tú también me ayudabas en el negocio, y pues, quedé con ella para que mañana pases a su casa. Dice que quiere enseñarte ciertos preparativos…
-¡Por supuesto! ¿A qué hora?
-Calmada, niña. ¿Ya quieres volver a ver a Armando, verdad? Ay, después de tantos años sin tener idea de ese muchacho, tan lindo. Y lo mucho que se querían ustedes dos…
-Sí, mamá. ¿Crees que me recuerde? ¿Que aún me quiera?
-No sé, Vicky. Pero te aseguro que una amistad así de grande no se puede opacar por nada
en el mundo.
-Yo todavía lo quiero, mamá. Mucho. Recordar todos esos momentos que compartimos, me da una esperanza.
-Tú mantén la esperanza, mi niña.

Mamá me dio un cálido abrazo. Me sentí querida en todos los sentidos; no solamente por ello, sino también por Armando a quien hacía años que no había visto. Sin embargo, su recuerdo se mantenía impregnado dentro de mi corazón. Él había sido, quizá y después de mi padre, el único hombre que alguna vez llegué a amar. No solamente a desear.

Ese miércoles amanecí radiante, como nunca en los últimos cinco años. Dispuesta a salir, enfrentar al mundo y demostrarle que aún seguía en pie, que no iba a rendirme, que seguiría en busca de ese amor que toda la vida había buscado. Mi cambio de look aún tenía sorprendidos a todos, y sobre aquél día, que me sentía totalmente segura. Aquella noche, muy probablemente, me reencontraría con el amor de mi vida, o bien, le preguntaría a la señora Lucía dónde se podría encontrar. Las horas de oficina se fueron volando, mi rutina de ejercicio también pasó con fugacidad.

Llegué a casa a arreglarme para visitar a mi futura suegra. ¡Qué maravilla poder verla también a ella de nuevo! Es una señora amable, atenta y cariñosa. Siempre me recibió de una forma en su casa, desde el día en que me conoció. Y así ha seguido haciéndolo hasta ahora. Toqué su puerta desbordando de emoción, y tardó menos de diez segundos en abrirme.

-¡Mi Victoria linda, adelante! Preciosa, cómo has crecido.
Fue demasiado placentero darle un abrazo, después de tanto tiempo. Recibir muestras de su afecto filial era equivalente a recibir el afecto de su hijo, me hacía asegurar que yo era aceptada dentro de esa familia. Ser querida por la señora Lucía era un gran honor para mí. Adoro a las madres, tanto a la mía como a los de mis seres queridos, creo que eso lo explica todo.
-Tus ojitos negros, tu nariz chatita, tus mejillas sonrojadas como siempre. Y tu sonrisa, igual de espectacular. Te adoro, mi niña. ¡Cómo te extrañábamos! Armando a cada rato se está acordando de ti.
-Igualmente, mis papás les mandan muchos saludos.-sentí seguridad, calidez, al escuchar que
Armando también me extrañaba.

Pasamos a la mesa de su cocina. Platicamos primeramente sobre lo que había sido de nuestras vidas. Me comentó que se mudaron por causas de dinero, que el señor Reyes había perdido su trabajo pero no quiso hacer escándalo al respecto. Armando fue a estudiar su universidad a Rosales aunque ya estaba de vuelta. Yo le comenté de mi trabajo en la empresa, de la próxima jubilación de mi papá, y de la tranquilidad de mi mamá al saber que ya tenía asegurado económicamente mi futuro.

-¿Y todavía no te casas? ¿Tienes por ahí un galán del que no me has querido contar?
-Por supuesto que no, soy soltera aún. No ha habido ni un solo galán.
Esperaba que la señora Lucía, al igual que yo, pensara en la posibilidad de que su hijo pudiera convertirse en el “galán”. No creo que haya aparecido durante estos pocos (no muchos) años de separación alguna otra chica, igual de querida por la familia Reyes como yo.  ¿Alguien que supliera mi amistad, mi disposición a escucharlo siempre, una mujer dispuesta igual que yo a acompañarlo a sus juegos de beisbol sin aburrirse y animarlo con todo el entusiasmo del mundo?
-Ahora que hablamos de bodas, se me olvidaba por qué habías venido. ¿Qué te pareció la invitación?
-¿Qué invitación?
-La de la boda, ¿no te la enseñó tu madre? ¡Válgame, esta señora Esthela!
-¿Quién va a casarse?
Mi corazón se aceleró de una forma fatal, dolorosa, y odio cuando eso sucede.
-Pues Armando, cariño. ¿Quién más?
Pude escuchar mi último latido, seguido del estruendoso sonido que produjo mi corazón al destrozarse. Armando... no…
-Vuelvo en seguida, iré a buscar otra invitación, necesito que veas los colores temáticos para el diseño…
Yo caía, caía, caía. En un hoyo negro, un abismo, lentamente. Silencioso sentía al mundo por fuera, y por dentro un desastre, un derrumbe. Armando con otra, no yo. ¿Qué tan especial pude haber sido yo para él, si ni siquiera se molestó en buscarme de nuevo, correr hacia mí durante estos siete años? Yo lo esperé inconscientemente, traté de esconder mi amor por él a través de otros intereses, otros hombres, mi adicción por la comida y los pasteles. Pero en fin, necesitaba de él con gran intensidad. Y ahora resulta que, él no me necesita.

La señora Lucía volvió con una muestra de las invitaciones, fue difícil acceder a echarles un vistazo. Mi estómago se revolvió al notar que los tonos predominantes del papel eran variaciones de cafés y azules, una combinación de muy buen gusto que me resultó familiar.
Tomé la invitación lánguidamente, y de la misma manera la abrí. “Sofía García y Armando Reyes se unirán en Santo Matrimonio este 25 de mayo”.

-¿Qué te pasa, cariño?
-Estoy algo confusa, esta sería la segunda vez que me piden un pastel de bodas, nunca antes alguien lo había hecho.
-No debe ser tan complicado, mi vida.
-¿Su nuera no ha estado planeando nada para la boda?
-Sí, pero aún no es mi nuera. De hecho es ella quien se encargaría de todo el asunto e incluso me comentó que ya se había encargado del pastel, pero estoy convencida de que no hay nadie que los prepare mejor que tu madre.
-¿Sofía García? Fue a mí a quien contactó, ya tengo preparado su diseño.
-¡Qué bárbaro, pero qué coincidencia!
-Sí…

Traté de sonreír a la par de la señora Lucía, mi después de todo no futura suegra. Fue algo complicado, pero al final lo hice. ¡Qué bárbaro! Me hubiera gustado poder abandonar ese hogar lo más antes posible, no quería escuchar nada al respecto de esa boda. Destrozada, me sentía destrozada. Como siempre, Dios mío, como siempre.

Seguimos charlando con respecto al pastel. Le expliqué lo que llevaba planeado hasta entonces, y se alegró por mi idea del extra de chocolate. Nunca estuvo de acuerdo con Sofía sobre el sabor de piña colada; nunca estuvieron ambas acordes con casi nada.

-Así que mejor la dejé a ella sola, que preparara todo por su cuenta. Mejor por mí, me libro de tanto trabajo. Pensé en llamarte desde antes, cariño. ¿Quién mejor que la dama de honor del marido para apoyar a la novia a organizar su boda?
-¿Seré madrina?
-Por supuesto, Armando está encantado de que lo seas. A menos que no lo desees.
-La verdad es que…
No me gustaría ser dama de honor, sino más bien, la novia.
-Te comprendo, si no quieres serlo, no hay problema. Es obvio que después de tanto tiempo separados, los lazos de amistades, pues, ya no son iguales. No hay problema.
-No, señora Lucía, no es eso. Yo amo a su hijo, no sabe lo que significa para mí. En verdad no lo sabe.
-Sí lo sé, cariño. También eso me temo. ¿Qué no hubiera dado yo misma para que fueras tú quien perteneciera en esta familia?

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