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miércoles, 20 de julio de 2011

La encantadora de suegras (cap. I)




¡La Encantadora de Suegras está aquí para salvarte!

¿Problemas con la madre de tu pareja? ¿Es imposible que ella y tú queden de acuerdo alguna sola vez?  ¿Les hace la vida imposible a ti y a ti novi@ cada vez que intentan estar a menos de veinticinco centímetros de distancia? Pues a Victoria Guzmán no le parece nada familiar ninguna de estas situaciones…
Considerada a sí misma como una solterona inexperta, pero sin perder la ilusión de encontrar al amor de su vida, Victoria (ni se les ocurra llamarla Vicky) acepta aconsejar a todas las mujeres desesperadas que se cruzan por su vida. Ella adora a las madres y sabe perfectamente cómo ganarse su cariño y su confianza.
Mientras le concede a otras personas la tranquilidad de mantener a su suegra satisfecha, Victoria va descubriendo también nuevas técnicas; poco a poco se va convirtiendo en toda una “intrépida as de la seducción”, gracias sobre todo a Sofía, comprometida de su mejor amigo y ex-aventurera de la vida de noche.



Parte I: RODRIGO

Llegué al trabajo en taxi, como lo hago diariamente, apresurada como nunca. Esa vez desperté muy tarde a comparación de los días normales. La noche anterior pasaron el maratón de mi telenovela favorita en el canal 33, “Los Amoríos de Bárbara”. Se acabó casi después de las dos de la mañana, aunque creo que valió la pena. Recordé muchos capítulos y algunos más me los había perdido. Al final le encontré sentido a cómo Bárbara logró fugarse con ese tal diputado sin que su marido se diera cuenta. Esa mujer es una pícara, una as de la seducción; a pesar de ser ella una sinvergüenza, admiro su personalidad y atrevimiento. No pude evitar que la televisión me aprehendiera de nuevo aquella noche, con mi interés completamente aprehendido por Bárbara y sus osadías.

Lo que en verdad lamenté fue el no haber tenido tiempo de desayunar. Me moría de hambre esa mañana, y por supuesto, tuve que esperar a la hora del almuerzo. Fueron las tres horas más largas de mi vida, pero después de todo llegaron las doce del mediodía. Pensé en comprar un pan dulce o unas galletas en la maquinita, pero esa misma mañana sentí a mis pantalones aún más apretados que el día anterior. La culpa me impidió hacerlo, así que salí del edificio para buscar una ensalada o un sándwich ligero en la cafetería de al lado.

Ahí estaban mis compañeras de la oficina, y varias más de otros departamentos. Todas habían pedido un bagel con algo de beber, y charlaban de asuntos que yo no comprendía o en realidad no me interesaban. Un grupo de cinco de ellas planeaba un baby shower para una tal Leticia, a quien no conocía. Algunas más criticaban la manera en que iban vestidas otras mujeres en la fiesta de anoche, a la cual por obvias razones no pude asistir. Pedí un café negro, también una ensalada de frutas, y me senté a unas dos mesas de distancia de las demás. A ellas  ni poco les importó mi presencia. No acostumbraba dirigirles la palabra o que ellas me la dirigieran a mí, a menos que fuera por motivos de trabajo o de chisme, por supuesto.

En eso llegó Víctor, mi jefe. Mi supervisor, mi guía, mi mano derecha en cuestiones financieras o administrativas que correspondan al departamento. Mi amor platónico, o más bien, uno de mis muchos amores platónicos. Saludó con un “buenos días” general a todas las ahí presentes, una que otra deslumbrada no menos que yo por su presencia. Después volteó hacia mí, me sonrió como lo hace diariamente y se acercó a mi mesa. No sabía qué hacer, o cómo actuar. ¿Debería ponerme de pie, invitarlo a sentarse conmigo?

-Qué sorpresa encontrarla aquí. ¿Cómo está usted, compañera Vicky?

-Excelente, compañero. Digo, jefe. Quiero decir…

-Rodrigo. Por favor, llámame por mi nombre. Somos un equipo, no importa el puesto que llevemos, eso tú ya lo sabes. Con permiso, ya no interrumpo tu hora del lonche. Buen provecho.

-Gracias.-bajé la mirada antes de que se retirara, con una sonrisa de fascinación. A pocas personas les permito que me llamen Vicky.

Desde mi asiento, me puse a observar la majestuosidad del perfil de Rodrigo, sentado en la barra, añorándolo. Si tan sólo igual que Bárbara la de la novela, podría haberlo conquistado en ese mismo o en cualquier otro momento, caminaría hacia su lugar con seguridad y aquél toque desconocido que los vuelve locos a ellos. Rodrigo hubiera sido mío. O bien, quizá no precisamente él, a lo mejor Armando, Octavio, Christopher, Ernesto o cualquier otro hombre que haya llegado a apoderarse de mi corazón alguna vez, a lo largo de mi pasiva vida.

Veintisiete años vividos con esta identidad, con este rostro, el de Victoria Guzmán, una mujer profesionista y soñadora cuyo destino parece siempre ser el de la soledad: soltera desde siempre, y con la angustia de permanecer soltera de por vida. Haciéndome ilusión tras ilusión y desilusión tras desilusión. ¿Es que nunca podré aprender? ¿Jamás voy a darme por vencida? ¿Por qué no me declaro fracasada de una buena vez? No.

Rodrigo recibió su espresso (supe que se trataba de eso porque es lo que siempre lo he visto tomar cuando paso por su oficina), lo preparó con dos sobres de crema y uno de azúcar como lo hace diariamente, y se dirigió de vuelta al edificio. Me estremecí al verlo pasar cerca de mis compañeras; le guiñó el ojo a Clarisa, esa güera sintética, alta y flacucha que nunca ordena su papeleo correctamente aunque se lo repita todas las mañanas. ¿Por qué ella, Rodrigo? ¿Es por sus extensiones? Yo también podría teñirme e incluso operarme si tú lo quieres. Además nadie sabe escucharte mejor que yo, cariño. Pero en fin, si sientes preferencia por las plásticas y desabridas, adelante. No te preocupes, no voy a guardarte rencor. Soy una mujer sofisticada y sobre todo fuerte, como he tratado de demostrártelo todo el tiempo. Si no has podido darte cuenta, ese es tu problema. Adiós.

Salí del trabajo a las cuatro de la tarde, como lo hago diariamente, con la mente saturada de pensamientos. Necesitaba distraerme en algo, desviar mi energía del asunto de Rodrigo, tan sólo un caso amoroso fallido más. Además, tenía hambre, así que aproveché mi fabuloso viernes para invitar a mi madre a comer a nuestro bufete favorito. Las madres lo saben todo, ¿qué mejor ayuda para animarme ante dichas circunstancias?

-¿Qué tal el trabajo hoy, Vicky?

-Todo bien, mamá, lo de siempre.

-Te noto demasiado apagada. Casi no has comido.

-Es el trabajo, madre. Hay mucho trabajo.

-Pero hoy es viernes, querías pasarla muy bien. Para eso me llamaste, ¿que no? Disfrútalo.

-Sí, tienes razón, ahora vuelvo. Creo que voy a servirme más, de todo un poco.

-Adelante.

La comida; después del amor, es lo único que puede llenar el vacío de mi corazón. Suelo alimentarme muy bien, sigo mi régimen alimenticio. Pero hay ocasiones en las que es necesario pecar para consolar al alma. Después de todo, panza llena, corazón contento. Plato tras plato, aquella tarde se convirtió en noche y nuestro festín todavía no acababa. Probé de todo un poco, de poco un todo, y no hubo pastel en la barra de postres que se librara de mí. No tuve piedad por ningún platillo, ni por los meseros que rato a rato iban a atender nuestra mesa. Pero estaba contenta, complacida, todas mis penas del día se habían compensado.

Claro que al día siguiente amanecí con una culpa jamás superada por ninguna otra pos-comilona. Mi estómago ardía, y eso no era lo peor. Mis pantalones de nuevo, se negaban a cerrar. Me observé frente al espejo, de frente, de perfil y hasta de espaldas. Culpable, culpable, culpable. Acababa de superar mi talla que de por sí ya era enorme, ¿y así es como planeaba conquistar a un hombre?

Definitivamente, a partir de aquél lunes todo debía de cambiar en mí. Y debía comenzar por mi físico. El sábado lo dediqué a buscar una dieta sencilla por internet y a planear una estrategia de ejercicio para practicarlo todos los días. Pensé que también sería conveniente hacer un cambio de look, por lo que el domingo acudí al salón de belleza. Me inspiré en el corte en capaz de Bárbara, y encontré un tinte rojizo que me quedó a la perfección. El lunes por la mañana, capté la atención de varios en la oficina, pero muy pocos me hicieron comentarios, por supuesto.

-Victoria, te ves muy bien. ¿Qué color te pusiste?

-Gracias, Imelda. Es rubio oscuro rojizo profundo.

-Sr. Guzmán, se ve muy bien.

-Gracias, Quiñones. Por favor no olvides enviarme el informe del mes pasado, es urgente. Por cierto, ¿no has visto a Rodrigo, quiero decir, al señor Vázquez?

-Se fue a una conferencia a El Colorado. Después irá a Buena Vista y a Capuleto. Vuelve hasta el jueves, ¿no se lo dijo? Usted quedará a cargo por estos días.

Rodrigo no me había comentado nada, pero eso era lo de menos. Estaba más que preparada para asumir las responsabilidades. El problema fue que no se daría cuenta de mi cambio de imagen, pero en fin, eso no importaba tampoco.

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